viernes, 24 de febrero de 2012

El origen de una canción: Patricio Manns, "Arriba en la cordillera"



Conversaciones de Patricio Manns con José Miguel Varas:


RETORNO A LA MÚSICA

A comienzos de 1965 viene el vuelco fundamental de la historia. Había comenzado a trabajar en el entonces Canal 9, de la Universidad de Chile. Mi tarea era seleccionar y redactar los cables, y montar las noticias que venían de afuera con imágenes de archivo. Estando en eso, aparece un día el “Chino” Urquidi con la Chabela, Isabel Parra, que viene llegando de Francia con el Angel. Me la presenta y ella me dice: “He escuchado unas canciones tuyas grabadas por Los Cuatro Cuartos”, y me invita a conversar con el Angel, esa tarde en la Peña. Muy bien.
Fui después de la pega a la casa de Carmen 340 y entonces el Angel nos propone hacer una peña en que participemos los cuatro, es decir, Rolando Alarcón, la Chabela, el Angel y yo.


Yo tenía entonces unas seis canciones escritas. Era poco. A veces tenía que cantar zambas porque no había suficiente material. Así que me puse a componer otras canciones.
Un día llega Camilo Fernández que tenía un sello de grabaciones. El tenía contratados como sus artistas a los Parra y a Rolando Alarcón. Me dice: “Oye, Patricio, ¿por qué no grabas conmigo? Sería bueno tener a toda la Peña en el mismo sello disquero. Así podrían hacer combinaciones entre ustedes, hacer dos voces, hacer cuecas, hacer cosas instrumentales…”.
Yo le dije: “Listo. ¿Qué hago?”
“Anda mañana a mi oficina en la mañana y me muestras las canciones que tienes, a ver si hacemos un disco”.
Yo llegué allá, le mostré lo que tenía: “Bandido”, “El andariego”, “En Lota la noche es brava”, “La tregua”, no me acuerdo qué mas. Le mostré las seis canciones que cantaba todas las noches en la Peña.
Me dijo: “Esto no basta. Pensaba que tenías algo más”.
Entonces, en un súbito arranque de irresponsabilidad le dije: “Mira, viejo, dame esta noche. Yo mañana al mediodía te traigo una canción nueva”.
La verdad es que yo no sabía qué iba hacer. Claro, yo estaba escribiendo, había adquirido técnicas de composición y sabía más o menos cómo me estaban saliendo las canciones. Pero apostar a una canción nueva todavía no escrita, era difícil. Me fui a mi departamento con un chuico de vino, varios paquetes de cigarrillos y me encerré. Con llave para que no entrara nadie.
Empecé a pensar en un tema, un texto, que hacía un tiempo me daba vueltas y salió la cordillera. Esa noche salió, eso debe haber sido a fines de abril de l965. Trabajé la canción horas de horas, la grabé, la corregí, la recorregí al día siguiente. No dormí en toda la noche y al día siguiente me presenté en la oficina de Camilo y le dije:
“Aquí está la canción”.
La escuchó y casi se murió. Me dijo: “¡Puta madre! ¿Y esto de donde salió?”.
“No sé”, le dije “la hice anoche”.
“Ya, la grabamos esta misma tarde. Así que andate a dormir al tiro”, porque veía que tenía una cara desencajada, “para que estés con la voz más descansada. La grabamos esta noche a las seis. Voy hablar con el Chino Urquidi”.
Lo llamó, le puso la cinta y el Chino me dijo: “¿De dónde sacaste esta canción? La grabamos inmediatamente con los Cuatro Cuartos”.
Entonces yo le dije: “Chino, no. Esta canción tengo que grabarla yo, porque aquí se trata de mi carrera. Yo empiezo a ser cantante y ya que me metí en esto, aspiro a llegar arriba, así que acompáñame”.
El Chino hizo los arreglos gratuitamente, contrató a dos de “Las cuatro brujas” y con él formaron el trío que acompaña aquella primera versión de “Arriba en la cordillera”, esas voces que hacen bam-bam-bum. Esto fue para mí realmente algo maravilloso.
Camilo le dio la cinta a Ricardo García y Ricardo se volvió loco con la cinta y la pasaba 40 veces al día en todos los espacios de radio Minería. Después la grabaron otras radios, la pasaron en Corporación, en la Portales. Era una locura, llegaba a la casa, prendía una radio y ahí estaba, cambiaba el dial y de nuevo “Arriba en la cordillera”. Yo ya estaba enfermo con la historia.

ORIGEN DE UNA CANCIÓN

Muchas veces me han preguntado cuál es el origen de “Arriba en la cordillera”, si efectivamente mi padre se dedicaba al contrabando de animales, etc.
Resulta que en cierta época, cuando yo estaba viviendo en Nacimiento, fui a ver a mi primo Jaime, hijo de mi tío Claudio y de la hermana de mi padre, la Olga Manns. Esto tengo que contártelo porque explica el resto. Jaime era re borracho y yo también. Entonces empezábamos a chupar, comprábamos chuicos, andábamos a caballo. Era un fundo inmenso, andábamos con los patrones para arriba y para abajo y veíamos unas chinitas que éste se llevaba a la casa. Era el típico patrón. Claro que le ponía demasiado, murió cirrótico pocos años después. Yo estuve allá con mi primo, porque me habían propuesto no sé qué cosa y necesitaba plata. Fui a sondearlo a ver si me pasaba un poco y me di cuenta que cada vez que le daba sed vendía un pedazo del fundo para salir a tomar. Se había comprado un camión y una noche me dijo: “Vamos a quemarle el aserradero a mi padre, porque el tal por cual…”, no sé qué historias. La verdad es que estábamos borrachos. Fui con él a quemar el aserradero y le prendimos fuego. Pero, ya dije, estábamos curados y lo hicimos mal, entonces no ardió el aserrín y los gallos que cuidaban salieron. Nosotros nos escapamos pero nos vieron y le dijeron al tío Claudio y el tío nos demandó judicialmente por incendiarios.
En vista de esto nos fuimos a caballo a Los Angeles, son unos 40 kilómetros. Allá nos fondeamos. El tenía unos amigos, porque había estudiado en el Liceo de los Angeles, tenía unos compadres por ahí en un campito y ahí nos quedamos. Como andábamos medio asustados con la cosa de que nos iban a meter presos, me dijo: “Oye, Manns, yo me voy a Santiago. Pero te voy a decir una cosa, tienes que esconderte, lo mejor es que te vayas para arriba”.
Hablé con uno de aquellos compadres y me dijo: “Mire, tome este camino para arriba, para el paso de Atacalco. Es camino de tierra, pero usted va a llegar solito, allá no hay guardias, no hay fronteras, no hay nada”.
Agregó otras indicaciones muy precisas. El lugar indicado estaba a unos dos mil metros de altura sobre el nivel del mar. Hice el camino y, llegando, como me habían dicho a un lugar donde había unas cabañas me presenté y me encontré con unos gallos que eran como del siglo XVIII.
Les dije: “Yo soy Patricio Manns. Vivo en Nacimiento, pero tuve un problema con las autoridades y me dijeron que me convendría quedarme aquí un par de semanas”.
Me contesta uno de ellos: “Habéis hecho bien”, así hablaban, “habéis hecho bien, vuestra cabaña será aquella”.
Me indicaron una cabaña desocupada. Participé esa noche en una comilona, había una guitarra, empezamos a tocar, a cantar. Nos hicimos más o menos amigos. Todos tenían grandes mostachos caídos y usaban unos sombreros en punta y con el ala hacia abajo, parecidos tal vez a los bonetes maulinos. Ellos los llamaban cucalones.
Ya con más confianza les pregunté: “¿De dónde vienen ustedes y por qué hablan así?”
Me respondieron: “Nosotros hemos nacido aquí y de aquí somos”.
 “¿Pero por qué hablan así… como hablan?”
“Es nuestra lengua”.
“¿Y ustedes saben en qué país están viviendo?”
“Creemos que es Chile”.
Poco a poco me empezaron a contar y me di cuenta de cómo vivían. Se pasaban el día entero pescando, la laguna del Laja estaba muy cerca. Aparte de pescado, generalmente comían carne de caballo. A veces carne de vacunos que traían de otros lados. Pero su tarea principal era traer animales del otro lado. Casi siempre los vendían en Los Angeles o en Mulchén, donde había mercados de reses. Bajaban a Los Angeles una vez por semana, cuatro o cinco horas a caballo, llevando sus arreos de animales y de vuelta traían sus chuiquitos y sus provisiones en carretas porque allá arriba no se podía sembrar nada.
Un día contestando mis preguntas de cómo atravesaban la Cordillera uno de ellos me explicó: “Nosotros pasamos por tres pasos que hay por aquí: Atacalco, Huiraleo y Pichanchén”, y me mostraba con el dedo. “Están separados varias leguas uno de otro. El de Atacalco es el primero hacia el norte, y nosotros pasamos por ese. Yo lo voy a llevar mañana para allá, para que vea”.


Fuimos a caballo. Era aterrador. El paso de Atacalco no era más ancho que esta mesa. Piensa lo que es pasar ganado por ahí. Hacia abajo hay un abismo de mil metros. Y hacia arriba un farellón de otro kilómetro. Por ahí había que pasar y pasaban en invierno, cuando el ganado argentino se apega a la cordillera para refugiarse entre los pequeños matorrales que hay abajo y donde se alimentan y están protegidos del viento. Al otro lado hay unas pampas inmensas. Estos hombres esperaban el invierno, se iban al otro lado y de vuelta traían arreos de hasta cien animales. Los metían por el paso y ya el ganado no tenía vuelta atrás, porque el que trataba de darse vuelta se caía para abajo. El espacio era justo, el ancho de una vaca y los jinetes tenían que ir muy despacito en sus caballos y bien pegados a la muralla de piedra.
Todo era piedra y a veces un poco de barro. Llovía y en invierno había nieve. Esto, curiosamente, les permitía a los caballos afirmar mejor los cascos que en el verano, que estaba la pura piedra. Yo nunca fui hasta el otro lado, pero mi acompañante me dijo: “Vamos a llegar hasta aquí, que hay una rotonda para dar vuelta. Porque si no, tenemos que llegar hasta el otro lado para dar vuelta el caballo y volver”.
Ahí me di cuenta como era la historia. No la anoté ni la escribí, solamente la guardé en la memoria. Este gallo me dijo: “Fumémonos un puchito aquí”.
Nos bajamos en el lugar donde justo se podía dar vuelta para volverse. Si no, había que llegar a Contileo. En algunos puntos, donde hay unos derrumbes, unos huecos, es posible dar la vuelta, pero hay que bajarse del caballo y hacerlo con gran cuidado, porque si el animal resbala se va para abajo.
Y mientras fumamos, este gallo me cuenta: “Cuando cruzamos para allá a buscar los animales vamos en fila india. Uno siempre va adelante. Esa vez le tocó a mi padre pero los gendarmes habían sido dateados de que nosotros estábamos sacando ganado de Argentina. Entonces pusieron guardia, hicieron una caseta y ahí nos esperaron como cinco, armados con carabinas. Mi padre paró su caballo en un alto, donde se acaba del paso, empieza a bajar para Argentina y desde abajo le metieron una bala de calibre de este volao y lo mataron”.
Así, tan simple, fue el relato. Yo veía el paso de Atacalco delante de mí, me imaginé la situación, los hombres que pasaban y todo. Nunca lo olvidé.

LA CANCIÓN: